jueves, 28 de febrero de 2019

¿De qué hablamos cuando hablamos de terror?



En medio de tantas presiones, a veces se hace necesario detenernos y reflexionar sobre eso que nos altera. Y no es raro que nos demos cuenta de que vamos fabricando miedos que, si no los controlamos, dominan nuestras vidas. Esos "mieditos", sentimientos de los que pocos hablan y muchos sufren, son materia prima de las compañías cinematográficas (y otros entretenimientos) que supieron darle un valor agregado, convirtiendo esa presencia acosadora en diversión.
Cuando era chica, la foto de mi admirado Boris Karloff en el papel de Frankenstein me daba terror, no me dejaba dormir. Ya mayor, me resultó la imagen tierna (¡Sí, tierna!) de un feo incomprendido. El mismo objeto, distintas miradas.
No todos nos sensibilizamos por lo mismo. Pero sí, muchas veces, no sentimos enlazados con el otro por algún sentimiento que nos hace vulnerables. Ya sea por similitud o complemento, nos agarramos de la mano de ese otro para enfrentar lo que nos conmueve. Así resulta que elegimos bien con quien ir a ver una o tal película, o jugar algún juego (eso me exige reconocer que yo no sirvo como compañía para ver una peli de terror, porque me muero de risa; ni tampoco para subir a la montaña rusa, porque me desmayo).